Pretérito imperfecto o la lírica de la locura
Ahora que las circunstancias me han hecho convivir con la locura, vuelvo a una lectura de hace varios veranos: Pretérito imperfecto. Autobiografía, el espléndido libro de memorias del neuro-psiquiatra Carlos Castilla del Pino (1922-2009) que fue galardonado en su día con el IX Premio Comillas. Castilla fue uno de esos médicos humanistas que siempre escasean, y le tocó enfundarse la bata blanca en los tiempos aciagos de la posguerra. Por sus páginas de desnuda prosa lírica desfilan mentes rotas, almas estropeadas por la guerra y multitud de incompetentes con título que convirtieron la Universidad de la época en un nido de atrocidades. Su gran sueño era crear y liderar un grupo de investigación a través del que introducir las innovaciones de la neuropsiquiatría moderna, pero su compromiso comunista y su quehacer social al frente del dispensario de Córdoba le cerraron las puertas. Sólo en la madurez comenzaron los reconocimientos merecidos al autor de Tres estudios sobre la depresión, un libro clave para entender esta enfermedad. Su tantas veces negada cátedra le llegó en los ochenta, bajo el gobierno socialista y en la Universidad de Cádiz, su cuna. La segunda parte de estas memorias, Casa del Olivo, no me gustó ya tanto, pero la leí igualmente con agrado y me pareció muy valiente su bella forma de desnudar sus fracasos como padre y la dolorosa muerte de alguno de sus hijos.
Cuando leí Pretérito imperfecto me quedé con su valor como testimonio histórico de una época dura y cruel. Ahora que ya sé el daño que puede causar una mente rota, vuelvo a este libro con la convicción de saber que no sólo hace falta una guerra para destrozar una vida...
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