Y el pop perdió a su rey...
Un chico negro de pelo ensortijado y cazadora naranja va al cine con su novia a ver una de zombies. Cuando salen de la sala, los zombies de la peli se tornan de verdad en una atmósfera gris y humeante... para cuando el chico negro de ojos grandes se marca media docena de pasos de baile rodeado de ellos, yo ya no puedo dejar de mirar la tele y eso que las imágenes aterrorizan mis seis años escasos. Durante algún tiempo, mi hermano se echó unas cuantas risas a mi costa, metiéndome miedo con Thriller, un larguísimo videoclip dirigido por John Landis destinado a ser un icono de la cultura pop.
Hoy desayuné con la noticia de la muerte de Michael Jackson (Gary, 1958-Los Ángeles, 2009) tras haber pulverizado todos los récords de ventas, haber registrado el moonwalker, haberse casado con la hija del Rey del Rock y haberse destrozado la piel y la reputación con bisturís quirúrgicos y mediáticos. Pero más allá de los escándalos que fueron minando su vida en los últimos tiempos, quiero reivindicarle aquí como extraordinario vocalista y aún mejor bailarín. El retaco cabezón que mejor movía las caderas de los Jackson Five creció hasta dejarnos joyas como el coro gospel de Man in the mirror, el baladón You are not alone, el lúbrico baile final de The way you make me feel o los electrizantes arreglos de Billie Jean, una canción que me hace mover los pies dondequiera que la escuche y que fue el primer tema de un artista negro emitido por la MTV. Hoy vino a mi mente el bocata de aquella merienda que pasé viendo el vídeo de los zombies hace veinticinco años: mi cultura musical no sería la que es sin ese tipo excéntrico de pies elásticos a años luz del pop basura que pulula por las radiofórmulas. Sus canciones son ya su pasaporte a la inmortalidad.
In memoriam
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