Beijing 2008 (más allá de lo) olímpico
1.200 millones de euros le ha costado a Beijing ponerse guapa para la celebración, en espera de que que ésta le reporte unos 56.500 millones de euros. Ojalá los JJ.OO sirvieran de plataforma para mostrarnos la auténtica cara de China, pero es poco probable que los miles de informadores desplazados a cubrir el evento puedan salirse de las crónicas estrictamente deportivas.
Desde hace ya varios años, el gigante asiático vive un romántico noviazgo con el capitalismo más salvaje, en brazos de lo que los empresarios llaman condiciones idóneas de producción, a saber: salarios míseros, ausencia de organización sindical y vista gorda con la contaminación (¿Kyoto? ¿quien dijo Kyoto?). Mientras, el tejido social vive una eterna contradición entre su natural evolución y la acartonada oficialidad de su gobierno. Leo en la prensa que las autoridades chinas han prohibido la prostitución durante los Juegos, que aflora sin embargo en los karaokes y en suspuestas peluquerías donde nadie se corta ni un pelo. Los alrededores de los campus universitarios se han salpicado de pequeños moteles donde los jóvenes hacen cola para amarse un par de horas, huyendo del corsé de las tradiciones. Los derechos humanos y el respeto a la intimidad personal son nociones desconocidas. En el país de las concubinas está peor visto ser pobre que ser prostituta. Todo ello por obra y gracia de un consumismo desaforado.
Deseando que los deportistas españoles vuelvan de Beijing con tortícolis por el peso de las medallas en sus respectivos cuellos, yo me pregunto: ¿qué pasará cuando China se incorpore al ritmo occidental de consumo de recursos energéticos?
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SENNA -